diumenge, 21 de maig del 2006

El pirata informático que buscaba ovnis

Un británico es el "mayor ´cracker´ militar de todos los tiempos" Àlex Barnet

Un tribunal británico acaba de dar luz verde a la extradición de Gary McKinnon, de 40 años, calificado por Washington como "el mayor pirata informático militar de todos los tiempos", y que en Estados Unidos puede ser condenado a varios años de prisión. McKinnon, protagonista de una rocambolesca historia que tiene ingredientes dignos de un capítulo de la serie Expediente X, admite parte de las culpas, aunque alega que lo hizo todo por curiosidad y que en sus pesquisas por encontrar pruebas sobre los ovnis ayudó a descubrir sistemas ridículos de seguridad que así pudieron ser subsanados. McKinnon encaja poco con el perfil de genio del mal y las habilidades informáticas que le atribuye la Administración estadounidense parecen exageradas, pero sus abogados temen que sea encerrado en Guantánamo.

McKinnon fue detenido en Londres en el año 2002 por la policía tecnológica británica acusado de haber accedido y ocasionado daños en diversas redes informáticas del ejército norteamericano, el Pentágono y la NASA. Washington le acusa de una veintena de delitos diferentes, que incluyen la entrada en docenas de ordenadores oficiales, su manipulación, el borrado de ficheros y la apropiación de material clasificado. También se le imputa, entre otras, la caída total de la red (300 máquinas) de la base naval de Earle, en Nueva Jersey, que ocasionó con daños económicos superiores a los 600.000 euros.

McKinnon admite haber realizado incursiones en numerosos sitios oficiales norteamericanos durante años, siempre a través de una conexión telefónica doméstica convencional de 56k (las de antes del ADSL y el cable), sin emplear material especialmente sofisticado y guiado por el deseo de encontrar información oculta sobre los ovnis. Él iba para peluquero, pero a los 17 años vio en el cine la película Juegos de guerra (en la que un hacker desactiva el Pentágono) y se orientó hacia la informática, en la que terminó trabajando como modesto técnico para pequeñas empresas.

Desde muy joven era un lector asiduo de ciencia-ficción, y miembro de Bufora (Bristish UFO Research Association), la organización británica que estudia los platillos volantes y similares. En este campo, lo que más le interesaba era la supuesta tecnología escondida que utilizan los ovnis: "Los pensionistas no pueden pagar sus facturas de luz y gas, hay países que son invadidos por las reservas de petróleo y, mientras, se esconden sistemas gratuitos de energía. Este es el secreto mejor guardado del mundo", afirmó.

Según ha contado, en 1995, cuando tenía ya 29 años, empezó sus actividades sistemáticas como hacker (él no reconoce ser un cracker o pirata informático, cuyo objetivo es sabotear o robar información) en busca de pruebas de esta tecnología. Durante mucho tiempo utilizó el ordenador que había en casa de la tía de su novia y las incursiones se hicieron especialmente intensas en sus últimos meses como hacker.Los cargos norteamericanos se basan en el período comprendido entre febrero del 2001 y marzo del 2002, una época en la que pese al impacto mediático de los atentado del 11-S, McKinnon siguió tranquilamente con sus actividades sin tomar medidas para enmascarar su presencia.

Desde su detención, se ha convertido en un personaje popular en Reino Unido. Las autoridades le han restringido el uso de internet y han controlado sus actividades, pero no han formulado cargos especiales contra él. Actualmente es un desempleado que arregla los ordenadores de sus conocidos y que hace esporádicas apariciones en público. Hace unos días participó en un congreso de seguridad informática celebrado en Londres, donde señaló la necesidad de remodelar las leyes británicas sobre el cibercrimen, que en su opinión están desfasadas.

Ha sido entrevistado por los grandes medios británicos, entre ellos la BBC, cuenta con una web de apoyo (http://freegary.org.uk) y aprovecha todas las ocasiones para mostrarse arrepentido. También retrata su actividad hacker como un auténtico descenso a los infiernos. Perdió el trabajo, la novia - entre otras cosas, cansada de tener que sufragar unas enormes tarifas telefónicas-, los amigos y durante meses vivió encerrado en su obsesión. "En algún momento dejé de lavarme. No comía adecuadamente. Me sentaba al ordenador y me dedicaba a eso toda la noche sin parar. Al final tenía el deseo de que me cogieran. Era la manera de parar", ha dicho.

Sus narraciones de lo sucedido están llenas de datos inquietantes sobre él, sin duda un personaje pintoresco, y sobre los sistemas y criterios de seguridad que encontró en internet. Asegura que en la mayoría de sitios entró utilizando fallos elementales de seguridad, como la no asignación de contraseñas por parte de los administradores de redes y similares. McKinnon también ha confirmado que para sus incursiones utilizaba a menudo un programa llamado Remotely Anywhere, disponible en la red y que permite el control remoto de ordenadores, siempre que se disponga de la autorización o los códigos de acceso.

Sorprende que sus incursiones durante siete años pasasen inadvertidas. Su larga y obstinada búsqueda, por otra parte, tampoco le ha reportado grandes descubrimientos. McKinnon ha contado que siguiendo la pista del llamado Disclosure Project, que recogería el testimonio de 400 testigos cualificados de ovnis, finalmente localizó en la NASA unas imágenes que confirmaban la existencia de naves que funcionan con sistemas de energía antigravedad. Pero no consiguió descargar ninguna copia de ellas.

El suyo es un caso lleno de enigmas. La defensa ha argumentado su obsesión con los ovnis, pero no ha cuestionado su estado mental, aunque el mismo McKinnon ha reconocido que tomaba drogas y que no recuerda muchas cosas de aquella época. En las acusaciones norteamericanas no se citan conexiones con ningún grupo ni organización. Ysi buscaba notoriedad, la ha conseguido a un precio carísimo. A McKinnon le queda ahora sólo el recurso de la apelación. Si la extradición sigue adelante, las condenas pueden suponerle 10 años o más de prisión. Y sus defensores temen que vaya a parar a Guantánamo, a modo de escarmiento público.

Font:

Revista, La Vanguardia 21 de maig de 2006